Remordimientos de un alma en Purgatorio
Remordimientos de un alma en Purgatorio
1. Punto Primero
Figúrate, cristiano que esto meditas, a un alma que haya llevado en este mundo una vida semejante a la tuya; que haya vivido tibia, inmortificada, distraída en los ejercicios de piedad, como tú, sin tener horror más que al pecado mortal y al infierno. Supongamos, no obstante, que haya tenido la dicha (no sabes si tú la tendrás) de hacer una buena confesión, morir en gracia e ir al Purgatorio. ¿Qué pensará entre aquel horrible fuego de penas y tormentos tan espantoso? ¡Ay! Dos pensamientos la afligirán sobremanera.
Primer pensamiento: - Pude librarme de estas penas, y no quise. Si. ¡Yo misma he encendido estas llamas! ¡Yo soy la causa de estas penas atrocísimas! Dios no hace más que ejecutar la sentencia que yo en el mundo pronuncié contra mí misma.
¡Qué medios no me había proporcionado para ahorrarme estos tormentos! Caricias, amenazas, beneficios, de todo lo había agotado; gracias singularísimas de inspiraciones, buenos ejemplos, libros piadosos, padres vigilantes, celosos confesores, maestros y predicadores fervorosos, remordimientos continuos, todo lo había empleado.
Más ¡que locura tan grande la mía! ¡Por no privarme de un frívolo pasatiempo, por ir a bailes, por divertirme o jugar con tal compañía, por no abstenerme de una mirada, de un vil gusto, de una vana complacencia, por hablar de los defectos del prójimo, me sujeté voluntariamente a tantas penas y tormentos!. Me lo decían todos los años, me lo predicaban y me lo repetían; ¡más yo no hacía caso!...
¡Dichoso San Pablo. Primer ermitaño, dichosas Gertudis, Escolástica, y tantos otros Santos que, habiendo sastifecho la Justicia Divina en el mundo Subieron al cielo sin pasar por el Purgatorio!. ¡Yo pude hacer lo mismo que ustedes, pero no quise! ¡Oh locuras mundanas, oh conversaciones frívolas, oh pasatiempos, oh vanidad, y que caro me cuestan ahora! ¡Oh amarga memoria! ¡ Estoy sufriendo penas y tormentos acerbísimos; y yo los he querido! ¡Podía evitarlos fácilmente, pero no quise!
Medita un poco sobre lo dicho
2. Punto Segundo
El Segundo Pensamiento que aflige, oh cristiano, al alma tibia, que vivió eternamente como tú vives: -Yo quería librarme ahora del Purgatorio, y no puedo. ¡Oh, si pudiera yo ahora volver al mundo!, dirá cada una de aquellas ánimas, ¡con que gusto me sepultaría en los desiertos, con Hilariones y Arsenios!. Haría penitencias más espantosas que las de un Ignacio en la cueva de Manresa, que las de un Simeón Estilita y de un San Pedro de Alcántara; pasaría noches enteras en oración, como los Antonios, Basilios y Jerónimos; me arrojaría en estanques helados y me revolcaría entre espinas, como los Benitos y los Franciscos; haría...
¡Ah, pobres infelices almas! No era necesario nada de esto; con mucho menos podías apagar esas abrasadoras llamas. Sin hacer más que lo que hacías cada día, pero haciéndolo con perfección, evitabas estos tormentos. Si; los mismos sacramentos, pero recibidos con mejores disposiciones; Las mismas misas; pero oídas con más recogimiento y atención; las mismas devociones, pero practicadas con más fervor; las mismas mortificaciones, ayunos y obras de misericordia, pero hechas con menos ostentación, únicamente por agradar a Dios...no sólo las hubieran librado de todas esas penas, sino también asegurado a ustedes y a muchas otras almas la posesión del Reino de los cielos.
Ahora no se cansen, sus deseos son inútiles: ya no es tiempo de merecer: ya ha llegado para ustedes aquella noche intimada por San Juan, en la que nadie puede hacer obra alguna meritoria: es necesario sufrir, y sufrir penas inexplicables, y sufrirlas sin mérito alguno. ¡Y yo lo he querido! ¡Pude fácilmente evitar estos tormentos, pero no quise! ¡Quisiera poder evitarlos ahora, pero no puedo!
¡Dichoso cristiano que oyes esto! Tu tienes tiempo todavía; no es aún llegada para ti aquella noche tenebrosa. ¿Y perderás días tan preciosos?. ¿No tomarás a seria resolución de confesarte bien, de enmendar tu vida?
Medita un poco lo dicho, encomienda a Dios las almas de tu mayor obligación y pide, por la intercesión de María Santísima, la gracia que deseas conseguir en esta novena.
3. Ejemplo, oración y obsequio
Estaba Santa Brígida en altísima contemplación, cuando fue llevada en espíritu al Purgatorio. Allí vió, entre otras, a una noble doncella, y oyó que se quejaba amargamente de su madre, por el demasiado amor que le había tenido.
“¡Ah! - decía - , en vez de reprenderme y sujetarme, ella me proporcionaba modas, novios; me incitaba a ir a los bailes, teatros, y hasta me engalanaba ella misma. Es verdad que me enseñaba algunas devociones, pero ¿qué gustos podían éstas dar a Dios yendo mezcladas con tantos galanteos y profanidad?"
"No obstante, como la misericordia del Señor es tan grande, por aquellas pocas devociones que hacía, Dios me concedió tiempo para confesarme bien y librarme del infierno. Pero ¡ay! ¡qué penas estoy padeciendo!. Si lo supieran mis amigas, ¡qué vida tan distinta llevarían!. La cabeza, que antes ataviaba con dijes y vanidades, está ahora ardiendo entre llamas vivísimas; la espalda y los brazos, que llevaba descubiertos, los tengo ahora cubiertos y apretados con hierros de fuego ardentísimo; las piernas y pies, que adornaba para el baile, ahora son atormentados horriblemente; todo mi cuerpo, en otro tiempo tan pulido y ajustado, ahora se halla sumergido en toda clase de tormentos".(1)
Contó la Santa esta visión a una prima de la difunta, muy entregada también a la vanidad, y ésta cambió de vida en términos que, entrando en un convento de muy rigurosa observancia, procuró con rigidísimas penitencias reparar los desórdenes pasados, y auxiliar a su parienta, que estaba padeciendo tanto en el Purgatorio.
Nota: (1) Aunque el cuerpo no va al Purgatorio, es, no obstante, cierto que las almas sufren lo mismo que si tuvieran unidos con él. Y así, el rico Epulón podía muy bien experimentar aquella sed de que nos habla el Evangelio: tanto más, que, aún en esta vida mortal, no es propiamente el cuerpo sino el alma, en cuanto da vida al cuerpo, la que siente el dolor.
Oración a Jesús azotado en la columna
¡Oh Jesús amabilísimo! ¡Tú, desnudo y azotado por mí! ¡Tú, la inocencia y santidad infinitas, despedazado por mi amor con cinco mil y tantos azotes! ¡Ay, qué extraño puede ser que se paguen caros en el Purgatorio los gustos del pecado, si así pagas Tú en tu purísimo cuerpo las sensualidades del mío!
¡Ah, infeliz de mí! Yo soy quien he pecado; yo merecía ese castigo tan humillante y riguroso; y no obstante, lejos de mortificar mis apetitos y de castigar con penitencias una carne impura, no busco sino delicias y regalos. Mas no será así en adelante, dulcísimo Jesús. Caiga sobre mi corazón una gota de esa Sangre preciosa, y arrepentido abrazaré la mortificación, y quedaré todo encendido en vuestro santo amor.
Y Vos, Padre Celestial, ya que vuestro Hijo Santísimo satisfizo sobreabundantemente a vuestra Divina Justicia, perdona mis culpas, usa de clemencia con las benditas Almas del Purgatorio, acepta, en sufragio de ellas, todo cuanto yo sufriré en este día, acepta la cruel flagelación de Jesús y los dolores de su Madre Santísima. Amén.
Obsequio
Mañana no comer fuera de las horas acostumbradas, o hacer alguna mortificación corporal en sufragio de las benditas Almas del Purgatorio.