Hay una noticia que todos estamos siguiendo, a la distancia, con preocupación: es el caso de la epidemia del famoso “coronavirus”. Hace solamente 2 meses del primer caso, y ya son 42.000 los infectados (sólo en China) y más de 1.000 los muertos…
La difusión de un virus es algo que, a menos que uno esté muy lejos, como nuestro caso, ¡nos da terror! pero, ¿estamos seguros... que estamos seguros?...
Los que están en zona de riesgo, usan barbijos; se encierran en sus casas; no se relacionan con personas que hayan estado en situación de riesgo y cualquier otra cosa que haga falta para no contagiarse. Además, ante el menor síntoma… entran en pánico.
Pero hay otras enfermedades que se contagian y en las que nadie pone tanta atención: se trata de las enfermedades del espíritu. Los síntomas de este tipo de enfermedades se manifiestan especialmente en los comportamientos. Según sea la enfermedad, será el tipo de comportamiento. Obviamente, estas enfermedades no se trasmiten “por un estornudo” … sino que entran a través de lo que vemos y lo que oímos de otros.
¡Ah! una buena noticia: existe una diferencia positiva a favor del “contagio espiritual”: el contagio físico sólo contagia enfermedades, virus, etc. (lamentablemente no nos contagiamos “salud” por estar cerca de una persona sana…), en cambio las personas espiritualmente sanas sí pueden contagiar su salud espiritual a otras.
Entre todas las posibles enfermedades del espíritu hay una que se contagia especialmente rápido, un germen especialmente contagioso, y es la “incoherencia” que se da en forma de malos ejemplos, o de comportamientos contradictorios. De este virus de la incoherencia es de lo que me gustaría que pudiéramos reflexionar.
Todos podemos ser “portadores de salud” o portadores del “virus de la incoherencia” según nosotros decidamos. Además, los que tenemos un rol público, los docentes y padres… estamos en lugares claves tanto para propagar el error como la verdad, la integridad como la incoherencia.
Pero veamos un poco más: ¿qué es la coherencia?Podríamos decir que algo tiene coherencia cuando todas sus partes encajan bien. Por ejemplo, una argumentación es coherente cuando es lógica y completa, tiene sentido y muchos datos de apoyo: todo “cierra”, todo parece encajar. La incoherencia en cambio tiene algo de locura, de inexplicable… “las partes no encajan bien”. Como dice el chiste “-¿Qué hora es? -Jueves -¡Uy me pasé 2 cuadras!”…
Coherencia viene etimológicamente del latín «cohaerens» que significa “estar unido” o "permanecer juntos". Por eso se dice también que la coherencia mantiene vivo algo, con sus partes integradas. Por ejemplo, se habla de la “coherencia” de las moléculas. Si hay coherencia hay integridad. Si falta coherencia las partes se separan, se mueren. Una persona “íntegra” es coherente, tiene todas sus partes unidas.
¿Pero qué partes? En un cuerpo, las “partes que tienen que estar integradas” ya las conocemos: los miembros, los órganos y -más a nivel microscópico- las moléculas, sin la cual comienza la descomposición o desintegración del cuerpo. En el caso del alma o de la vida humana, las partes a mantener unidas son las que podríamos llamar “HILO DE COHERENCIA”: Somos coherentes cuando, al actuar, nuestra voluntad está de acuerdo con nuestro entendimiento; cuando nuestros actos están de acuerdo con nuestros principios; cuando nuestras palabras van de acuerdo con la verdad.
Hay gente que funciona como una escopeta de perdigones: piensa una cosa, dice otra y sus actos se dispersan sin dirección. Si tuviéramos que resumirlo, diríamos que ser coherente es poner en orden y unión entre lo que pienso y lo que digo, entre lo que digo y lo que hago, ese es el “hilo de coherencia”. Si se corta este hilo, se pierde la coherencia. ¡Así de fácil!
Pero ojo, porque están los que practican una “doble moral” o también llamada “moral de situación” es como si tuvieran diferentes “hilos” de ideas, palabras y hechos para distintos lugares. Nos indigna escuchar a políticos decir: “yo personalmente estoy en contra del aborto, pero como político tengo que dar lo que pide la gente”... Nos quejamos de esto que nos parece una abominación… Pero después también ¡puede pasarnos algo parecido a nosotros! Por ejemplo, decimos: “soy profesor de un colegio católico, entonces en el colegio pienso, hablo y me comporto como un profesor católico”... Pero, pero, peeero... después tengo otra moral, para mi casa, o para estar con mis familiares, y otra para mi grupo de amigos del club… y otra para mis redes sociales… y otra para… etc. “-¡Profesor, anoche lo vimos tomando un trago con una chica que no era su esposa!”… “-Ah no!... era una… amiga”. Típico caso de incoherencia grave... Le pegamos a un hijo porque le está pegando a su hermanito… y queremos enseñarle que “pegar” no es la solución. Gritamos cuando los niños gritan para enseñarles que no hay que gritar… de una u otra manera… cortamos siempre el frágil hilo de la coherencia.
Ser coherente es poner en orden y unión entre lo que pienso y lo que digo, entre lo que digo y lo que hago, ese es el “hilo de coherencia”. Si se corta este hilo, se pierde la coherencia. ¡Así de fácil!
Quienes son padres o docentes entenderán mejor que nadie que los niños aprenden mucho más viendo que escuchando nuestras palabras. Sus hijos/alumnos los ven constantemente ¡y los juzgan!, porque juzgar es un acto natural del entendimiento. No tienen la culpa. Si nuestros actos corresponden a las normas que nosotros mismos les exigimos a ellos, creceremos ante sus ojos; pero si nos damos licencias para actuar en contra de esas normas, ellos nos descalificarán o, lo que es peor… ¡aprenderán que hay una doble moral, una para el que obedece y otra para el que manda! Y no son solamente los hijos quienes nos vigilan: San Pablo dice: “somos espectáculo ante Dios, ante los ángeles y ante los hombres”, y... ¡qué triste espectáculo damos a veces!...
Ser una persona íntegra, digámoslo, es muy exigente, muy difícil. “Es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo con ellos” [1], decía con buen tino el psiquiatra austríaco Alfred Adler. Todos estamos llenos de contradicciones personales, unas más interiores y otras más manifiestas. Ser coherentes es una de las grandes tareas humanas. La madurez de una persona y de su pensamiento pasa necesariamente por ese proceso purificador de descubrir puntos escondidos de incongruencia y, sobre todo, de esforzarse por resolverlos.
Hay un salida, un escape muy común que solemos hacer para huir del esfuerzo y consiste en la "astucia"... de encontrar razonamientos ingeniosos y sutiles que logren deformar las ideas o la realidad de las cosas para acomodarlas a nuestra conveniencia y así… justificarnos.
Recordemos que Jesucristo no se enojaba con los pecadores, pero sí se enojaba, y mucho, con los que fueron “Maestros y Doctores de Incoherencia”: ¡los fariseos!... De ellos dijo: raza de víboras, sepulcros blanqueados, seres que atan pesadas cargas que ellos no mueven ni con la punta de un dedo… y para rematar y mostrar su incoherencia dijo: “hagan lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen”…
En fin, si de verdad queremos ser coherentes acá tenemos 3 consejos finales:
1º) Enfoquémonos en nosotros mismos [ basta de pedir coherencia… a los demás ], y pidamos luces al Espíritu Santo, que ilumine nuestro entendimiento para conocernos y nuestra voluntad para obrar rectamente.
2º) Revisemos con sinceridad el hilo de coherencia entre nuestro pensamiento, palabras, obras. A fondo, sin concesiones.
3º) Aprendamos a decir NO. Autolimitarnos, muchas veces es sólo cuestión de decirnos: no, esto, no, esto no es para mí, esto no es coherente. Y busquemos la felicidad en las cosas que sí son coherentes y acordes a lo que creemos.
Porque no es fácil, pidámosle a María Santísima nos alcance el don de ser íntegros, coherentes, como lo fue Ella, coherentes con nuestra conciencia, coherentes con nuestro bautismo, coherentes con nuestra fe, coherentes con el Evangelio.
PD: Ah!: no digas "¡este post le vendría bien a tal persona!" fíjémonos si no nos viene bien a nosotros (de todos modos, sí, podemos pasarle este post también a esa persona) jaja
[1] Sueño y realidad, Alfred Adler
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