Si algo hemos hecho en esta cuarentena, es arreglar y ordenar cosas. Hemos lijado, hemos pintado, hemos acomodado ropa que estaba tirada, encontramos papeles que pensamos que habíamos perdido, matamos bichos detrás de la cama y sacamos esa araña de la esquina del techo, que más de uno ya la tenía como mascota.
Arreglamos el coso del cosito y como no, encontrar un lindo billete en un pantalón.
Nos deshicimos de mucha basura y también revisamos las cuentas. Cortamos el pasto, le pusimos W40 a las cerraduras y seguramente dijimos: ¡Uy, no sabía que tenía esto, lo voy a usar!
Ni hablemos de la cantidad de cursos que tomamos por Youtube. Cuantas recetas nuevas que seguramente hiciste que antes no te animabas.
Todo eso se debe a que “nos dimos cuenta de que había cosas que cambiar, cosas que ordenar, cosas que tirar y cosas que deben en estar en nuestra vida.”
Pasando tanto tiempo en nuestras casas, pusimos atención a esos detalles que pasaban inadvertidos a nuestros ojos ocupados en mil quehaceres cotidianos antes de la cuarentena. Ocupaciones que son lícitas y necesarias claramente, pero que muchas veces nos absorben demasiado. Vivimos en un tiempo donde solamente reina la actividad humana, las tareas, los trabajos y los tiempos burocráticos. La era moderna hace que los detalles de una casa queden en un segundo plano.
Esta cuarentena queridos amigos nos puso ni más ni menos que a
“contemplar”, es decir, poder tener una mirada aguda y amorosa, desinteresada y abierta a la realidad, dejando que ella nos hable a nuestra inteligencia, y uno callando a los prejuicios.
Una vez que hemos contemplado, hemos descubierto que había cosas que no estaban bien, que no estaban en el lugar que tienen que tener, tanto por que faltaban, tanto porque sobraban. Sólo lo pudimos hacer porque nos detuvimos a mirar y lo que vimos no era bello como pensábamos.
Es hora de contemplar la verdadera casa interior, el templo de Dios, nuestra casa interior, nuestro corazón, nuestros pensamientos, nuestra amistad con Dios. Sólo contemplándonos a nosotros mismos tendremos la capacidad humana de autocrítica, que es necesaria para crecer en santidad y humanamente, MADURAR.
Sólo contemplando la obra divina, a los santos, y al mismo Cristo Nuestro Señor, podremos amarlo y confundirnos en la “locura” de la cruz, porque es “el grano de trigo que cae en la tierra para darnos la vida en abundancia”.
Necesitamos callar los ruidos exteriores, a lo vulgar, a lo frívolo, a los chismes, la música ensordecedora, pero aún más a los prejuicios personales sobre nosotros y sobre los demás, porque no nos dejan ver a Dios en las creaturas ni en nosotros mismos. Somos capaces de Dios, somos capax Dei, capaces de ser Santos y de dejar las ataduras del pecado y los vicios que hace tanto nos golpean… pero necesitamos conocernos para cambiar.
Cuando contemplamos nuestro ser podemos ver los talentos de los que habla el Señor y saber que no es mérito personal, sino un don divino a perfeccionar y a devolver al creador. Y cuando nos contemplamos vemos la miseria de la que somos capaces y en la cual estamos embarrados. Así seremos humildes y acudiremos al Médico de la Vida.
Quien se conoce, sabe con las herramientas que cuenta y la medicina que necesita para el camino, porque esta vida, es un peregrinar hacia la Patria Celestial.
Esta actitud ciertamente que no es fácil, que necesita disciplina, pero nos va a mostrar esas piedras con las que tropezamos y esos talentos que no sabíamos que teníamos y que el Señor quiere que uses.
Decía un viejo filósofo:
“Si usted conoce al enemigo y se conoce así mismo, no necesita temer el resultado de 100 batallas. Si usted se conoce a sí mismo, pero no al enemigo, por cada victoria ganada, también sufrirá una derrota, Si usted no conoce ni al enemigo ni a usted, sucumbirá en cada batalla.”
El tiempo que le dediquemos a este ejercicio personal puede hacer la diferencia entre un Santo y un hombre más del mundo, entre una persona madura y un eterno infante, entre un héroe y un pusilánime. E incluso descubrir la vocación. Cada uno de nosotros está llamado a la santidad, pero no existe la producción en serie de santos. Dios quiere TU versión de santo, que pensó desde la eternidad en el tiempo que te dio, con tus defectos y con tus virtudes! Y te va a pedir cuenta si con lo que te dio, no hiciste nada.
En esta cuarentena, conocí a alguien. A mi mismo.
Santos o Nada!!!
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