Hace un tiempo, me tocó hacer una pasantía de clínica médica en un hospital de Mercedes, provincia de Buenos Aires. Había un enfermo con cáncer terminal, que estaba en sus últimos días. Yo recién estaba comenzando con mis prácticas y confieso que en ese tiempo tampoco tenía “mucho tacto” para consolar… Por eso, les quiero contar cómo la Virgen de la Merced me ayudó a arreglar una imprudencia que había cometido con este paciente.
Mientras revisaba su historia clínica y escuchaba el parte médico, me daba cuenta de que por su cuerpo no podíamos hacer mucho, mas que cuidados paliativos. Y entonces pensé: “voy a ver qué se puede hacer por su alma”.
Encaré al paciente de forma muy directa y brusca; le dije algo así como “que se tenía que preparar porque no le quedaba mucho tiempo” … por supuesto que, aunque le decía algo que era cierto; les puedo asegurar que no se lo dije de un modo apropiado… Y el hombre, con mucha razón, ¡se enojó mucho!...
Cuando me di cuenta de que ya no iba a lograr nada, por culpa mía, quería que me “trague la tierra” y salir corriendo… y decidí emprender “la retirada” … sentía vergüenza por mi imprudencia; saqué de mi bolsillo una estampa de Nuestra Señora de la Merced y se la entregué.
Hago un excursus: algo que me resultó llamativo de ese pueblo de Mercedes es que era muuuy mariano: en cada piso del hospital había una imagen de la Virgen. Todos los días por la mañana había Misa en el hospital bien temprano. Muchas iglesias en la zona estaban dedicadas a advocaciones marianas. Y a unas cuadras estaba la Catedral, muy hermosa, por cierto. Me acerqué al párroco para pedirle alguna estampa para los enfermos del hospital. ¡Me sorprendió porque me dio muchísimas! Me fui super contenta con las estampas.
Fue una de estas estampas que le di al hombre. Y fue así, que pasó algo inexplicable: el hombre que estaba MUY enojado, cuando la vio, se le transformó la cara… pasó de un rostro totalmente iracundo a mostrar en sus facciones una dulzura y paz indescriptibles… y dijo: ¡qué hermosa!... Me quedé perpleja por un momento… con mucho asombro también. ¿Era real lo que estaba viendo y escuchando?... era claro… la Virgen lo había tocado… y fue donde le dije, ya escarmentada y con más delicadeza, ¡que más hermosa era en el Cielo!... Y comenzamos a tener una conversación que fluía sobre el cielo y otras cosas espirituales. Comenzaron a salir palabras que él escuchaba con atención y asentía. Me abrió su corazón. Y así, aprendí la lección: la Virgen siempre, siempre, siempre… tiene que preceder mis acciones.
El apostolado no es algo que se puede medir y calcular. Hay que encomendarse mucho a Dios, entregarse y que Él haga lo suyo.
Visitar a los enfermos es una obra de misericordia muy hermosa y profunda. Aunque no sepamos qué decir, si uno se confía a las manos de Dios y se arriesga las cosas se van dando. A veces, basta con solo escuchar para que la persona se desahogue. Y que puedan abrir su corazón las alivia. Y es también una hermosa oportunidad para que vuelvan a la fe cuando el sufrimiento aparece en su vida.
En una oportunidad, una mamá con su pequeño hijo muy grave nos pidió que le demos por escrito, la oración del Ave María que no recordaba y quería rezarla para pedir la curación de su hijito.
Es ahí donde nos damos cuenta de que somos SOLO instrumentos. La contención y una palabra afable que muestre a Cristo reconforta y hace mucho bien al que está sufriendo. Y nos hace descubrir el tesoro enorme que hay en el dolor.
Decía Sor Faustina: El sufrimiento es una gran gracia. A través del sufrimiento, el alma se hace semejante al Salvador; el amor se cristaliza en el sufrimiento. Cuanto MÁS GRANDE es el sufrimiento, tanto más puro es el amor. El alma de por sí no puede mucho, pero con Dios lo puede TODO. El amor puro da fuerza al alma incluso en la misma agonía. Y cuanto más puro se hace nuestro amor, tanto menos tendrá que destruir dentro de nosotros el fuego del sufrimiento y el sufrimiento se transformará en GOZO.
El dolor no nos impide amar y nos ayuda a alcanzar nuestro fin. Naturalmente tendemos a huir del sufrimiento porque creemos que nos limita y coarta nuestra libertad, pero si llegamos a penetrar en la realidad de todos los bienes espirituales que el dolor nos permite alcanzar, lograremos verlo como una gran bendición. ¡Pidamos la gracia para verlo! Y si lo vemos, ¡compartamos ese tesoro!, ¡no lo guardemos!…
Visitar a los enfermos tiene como una doble vertiente: por un lado, encontramos a Jesús en la persona que sufre y por otro, nos convertimos en instrumentos de Jesús para consolar y dar alivio.
Visitar al enfermo es visitar a Cristo (cfr. Mt 25, 36-44) ¡Qué alegría tan grande oír un día de labios de Jesús: Ven, bendito de mi Padre, porque estuve enfermo y me visitaste… En ellos, de modo especial, vemos a Cristo que se hace presente.
Y, por otro lado, como dijimos, Cristo se acercó incesantemente al sufrimiento humano. En los Hechos de los Apóstoles se cuenta que Cristo pasó haciendo el bien. Y este obrar se dirigía principalmente a los enfermos y quienes esperaban ayuda. Curaba a los enfermos. Consolaba a los afligidos. Alimentaba a los hambrientos. Liberaba a los hombres de la sordera, de la ceguera, de la lepra, del demonio. Era sensible a todo el sufrimiento humano tanto del cuerpo como del alma. Nosotros que queremos ser fieles discípulos de Cristo tenemos que aprender de Él a tratar y amar a los enfermos, tenemos que acercarnos a ellos con gran respeto, cariño y con misericordia, alegrándonos cuando podemos prestarle algún servicio. Visitándolos, haciéndoles compañía, facilitándoles que puedan recibir oportunamente los sacramentos. Para Jesús, la persona que sufre es MUY importante y especial.
La enfermedad, llevada por amor de Dios, es un medio de santificación, de apostolado; es un modo excelente de participar en la Cruz redentora del Señor.
En la enfermedad hemos de estar cerca de Cristo. Cuanto más dolorosa sea la enfermedad, más AMOR necesitaremos tener. Pidamos luz, para ver los incalculables bienes que podemos sacar del dolor de la enfermedad para nuestro crecimiento espiritual. Es un tesoro muy grande que tenemos que cuidar y no permitir que las tentaciones nos lo arrebaten.
El que sufre en unión con el Señor, completa con su sufrimiento lo que falta a los padecimientos de Cristo. Con Cristo tienen sentido pleno el dolor y la enfermedad.
Y es una especial muestra de caridad preparar a los enfermos para recibir el sacramento de la Unción de los enfermos.
Con la Unción de los Enfermos se reciben innumerables bienes. Uno de los efectos de este sacramento es aumentar la gracia santificante en el alma y da una gracia especial para vencer las tentaciones que se pueden presentar en esa situación, y otorga la salud del cuerpo si conviene. Muchas veces produce en el enfermo una gran paz y una serena alegría.
Para terminar, les quiero compartir otra anécdota que me quedó profundamente marcada:
En el mismo hospital de Mercedes, que les conté, había otro enfermo que ya no podía hablar, apenas reaccionaba. Me acerqué, incluso con desconfianza de que me entienda. No sabía que decir... Entonces me puse a rezar en voz alta un Ave María. Para mi sorpresa, el hombre comenzó a reaccionar, era como si quisiera rezar conmigo. Balbuceaba, yo no entendía que decía… pero seguí rezando más y más Ave Marías, segura de que Ella arreglaría todo, incluso el hecho de que no pueda comunicarme directamente con él. Como él tenía los ojos semiabiertos le muestro la estampa de la Virgen de la Merced (otra de las que tenía en el bolsillo de mi guardapolvo). Y la pongo entre sus dedos y la sostiene con firmeza. Aunque nuestra comunicación era insuficiente, podía comprender que él le estaba rezando a la Virgen. Eso me alegraba. Después de irme, no pasó mucho tiempo y a la hora aproximadamente nos avisan que el paciente había fallecido… Fui rápidamente al lado de la cama, junto con los camilleros que se llevarían el cuerpo y pude constatar que sus dedos presionaban fuertemente la estampa de María. ¡Es un consuelo pensar que seguramente Ella lo ha asistido en ese momento final!…
Son muchos los ejemplos que se pueden contar y experimentar de este apostolado de visitar y acompañar a los enfermos. Y los bienes espirituales que se derraman para el que visita, y para el visitado… ¡los veremos en el Cielo!...
Y, por último, ¿Saben cómo terminó la primera historia? (la del enfermo que terminamos hablando de la Virgen en el Cielo): Cuando nos despedimos le pedí si podía rezar por mí una intención cada noche con tres Ave Marías y me dijo “¡Claro! Eso no molesta” … Nunca le dije que mi intención era que él pudiera tener una buena muerte.
Cuando nos despedimos me tomó la mano, me dio un beso en la frente y me dijo: ¡Gracias, hija!... ¡la Virgen había arreglado TODO!...
Ojalá nos animemos a practicar esta obra de misericordia en las personas que Dios ponga en nuestro camino. Como nadie da lo que no tiene, es importante que primero nosotros estemos convencidos de que Cristo está presente en el que sufre y que me asistirá, si le presto mi corazón y labios para que le pueda transmitir al que sufre lo que Él quiera decirle. Lo demás… ¡vendrá por añadidura!...
¡Dios te bendiga!