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Foto del escritorCristian Maza

¿Se puede ir al fin del mundo sin salir de una habitación...? (2da parte)

Actualizado: 6 abr 2020

Se puede ir al fin de mundo sin salir de una habitación—, murmuró la bibliotecaria.”


La vieja celda del pater -como se lo llama a este sabio monje en la novela-, es la habitación. "¿Pero cómo es que un monje puede ir al fin del mundo sin salir de una habitación?”, podríamos preguntarnos con una cierta inquietud. Según nos parece, parte de la respuesta está en la oración, y otra parte en la lectura....



Por la oración:

Ante todo recordemos que la oración no es “una propuesta más entre tantas para matar el tiempo”… como sería el hacer alguna manualidad, entretenerse con un juego de mesa, hacer yoga -cosa que, por cierto es incompatible con el cristiano católico (o al menos muy peligroso)-, etc.. La oración no es una propuesta, es… una necesidad de la vida espiritual, y por eso hasta podríamos ponerle un nombre que no nos gusta que nos lo recuerden: es un deber.


“El trabajo es una necesidad física: el que no trabaja, no come. La oración es una necesidad por obligación: el que no reza, no entrará en el Reino de los cielos. La oración es un deber, un oficio. Es el pago libre y voluntario de la deuda que tenemos con Dios por la existencia y por la gracia”, decía John Senior


También es bueno que consideremos que la oración está unida al silencio. Silencio exterior y silencio interior. Hoy en el mundo exterior -como dijimos al comienzo- hay cierto silencio, y estamos más liberados de la “tiranía del ruido” como dice el Cardenal Robert Sarah.


Él mismo nos enseña en su libro La fuerza del silencio:

“El silencio cuesta, pero hace al hombre capaz de dejarse guiar por Dios. Del silencio nace el silencio. A través de Dios silencioso podemos acceder al silencio. Y el hombre no deja de sorprenderse de la luz que brilla entonces. El silencio es más que importante que cualquier otra obra humana. Porque manifiesta a Dios. La verdadera revolución procede del silencio: nos conduce hacia Dios y hacia los demás para ponernos humilde y generosamente a su servicio” (P. 68)


Entonces, ¿cómo es eso de que por la oración podemos ir hasta el fin del mundo sin salir de una habitación?...


Evagrio Póntico (monje y asceta cristiano del siglo IV, muy conocido por sus cualidades de pensador, escritor y orador) decía que el verdadero monje, el auténtico contemplativo es aquél que, “separado de todo, está unido a todos”. Nosotros, hoy estamos separados de todos -o casi todos-, y -si queremos- podemos estar unidos a todos por medio de la oración dirigida al Dios Uno y Trino.


Poniendo en el centro del corazón a Dios ponemos también en él al hermano que sufre por la enfermedad; nos unimos al médico o enfermero que está dando su asistencia en un hospital de Italia, España, Argentina o de cualquier parte del mundo; nos unimos al policía o soldado que está cumpliendo con su deber en las calles, al sacerdote o misionero que está celebrando el Santo Sacrificio en la soledad del templo o llevando su asistencia para la salud espiritual.


De esta manera, definitivamente: no hay lugar a dudas de que se puede ir hasta el fin del mundo sin salir de una habitación por medio de la oración dirigida a Dios y a María Santísima.


Por la lectura:

Algo más que puede hacer agradables y amenos estos días en los que estamos de “caseros” es la lectura.

Tomar en nuestras manos esos libros que habitualmente no podemos leer -ya sea por el movimiento y el apuro de los días laborales o por las agendas apretadas que se tienen cuando no se está en cuarentena-, tomar esos libros, decimos, es hoy una ocasión más que oportuna.


Quizá no sólo un libro, sino dos o tres, para leer en distintos momentos del día. Sea uno para la lectura espiritual y del Evangelio, que nos va a ayudar mucho en nuestra oración, meditación y práctica de las virtudes; otro para la lectura formativa, puede ser algo teológico, filosófico o histórico por ejemplo, que nos ayudará a tener una forma mentis clara y ordenada; y otro libro de lectura “amena”, un sano pasatiempo como una novela, un libro de cuentos, un compendio de hermosas poesías..., que mucho ayudarán al sano esparcimiento, ordenando y “deleitando” los sentidos internos.


Pensemos en esa ociosidad sagrada que se puede cultivar en estos días de cuarentena. Esa ociosidad que no es sinónimo de pereza o vagancia, sino que, como dice Pieper “es una forma de callar, que es un presupuesto para la percepción de la realidad; sólo oye el que calla, y el que no calla no oye”. Es esa forma de callar la que nos va a ayudar a “oír” lo que nos dice un buen libro.


Si te interesa profundizar en el tema de la ociosidad sagrada, te dejamos este link: https://delibrospadresehijos.blogspot.com/2018/09/de-la-ociosidad-sagrada.html.


La contemplación de la verdad, el bien, y la belleza que encontramos en los buenos libros es sumamente valiosa en esta época en que la mentira, la malicia y la fealdad tratan de echar raíces en la mente y el corazón de los hombres a través de las ideologías y las modas.


Retomando el diálogo que citábamos anteriormente del Despertar de la señorita Prim, el sabio monje benedictino le dijo a Prudencia:


“Busque entonces la belleza, señorita Prim. Búsquela en el silencio, búsquela en la calma, búsquela en medio de la noche y búsquela también en la aurora. Deténgase a cerrar las puertas mientras la busca, y no se sorprenda si descubre que ella no vive en los museos ni se esconde en los palacios. No se sorprenda si descubre finalmente que la belleza no es un qué sino un quién.”


Esta es la razón por la que entendemos que, a partir de la lectura, la buena lectura, también se puede ir al fin del mundo sin salir de una habitación; porque los buenos libros mueven a la reflexión, favorecen la meditación, ayudan a pensar y nutrir la vida interior..., nos ayudan a adquirir una mirada trascendente para no olvidarnos de mirar más arriba, poniendo nuestra atención en las cosas que no se ven.


Ya sabemos que algunos tendrán más tiempo y disposición que otros para llevar adelante el deber de la oración y la necesidad de la lectura en medio de la ociosidad sagrada. Estarán los que conserven las mismas preocupaciones y trabajos de siempre, y habrá también quienes podrán sacarle provecho para lo que hemos señalado a este tiempo de cuarentena.


Igualmente, damos por entendido, que todo lo que dijimos se puede llevar bien en familia o en soledad. Rezar y leer no es una invitación al aislamiento egoísta dentro de un cuarto. Como decía un Sacerdote que en estos días envió un audio a los amigos y allegados: “(...) estos días con toda la familia -o por lo menos buena parte-, encerrada en una casa, es una grandísima ocasión para la vida virtuosa. Se dice vita comunis, máxima penitentia, la vida en común es la máxima penitencia (...) y estos días serán días de practicar la caridad, la paciencia con el prójimo, sobre todo soportando sus defectos; días de generosidad en el trabajo cotidiano, de generosidad de las pequeñas tareas de la casa, de alegría y buen humor”.


Son tiempos en los que la confianza en la Providencia debe estar muy presente en el corazón cristiano para afrontar la situación general y particular de cada uno, puesto que a cada día le basta su aflicción (Mt 6, 34). Son tiempos de conversión en los que debemos pedir que nuestro corazón de piedra se transforme en un corazón de carne.

Será de gran ayuda el pedirle a Dios la gracia de poder vivir con sencillez cada jornada, como poéticamente lo pide José María Pemán en su Elogio de la vida sencilla:

“Vida serena y sencilla,

yo quiero abrazarme a ti,

que eres la sola semilla

que nos da flores aquí.

Conciencia tranquila y sana

es el tesoro que quiero;

nada pido y nada espero

para el día de mañana.

(...)

y al nacer cada mañana

tan sólo le pido a Dios

casa limpia en que albergar,

pan tierno para comer,

un libro para leer

y un Cristo para rezar.”

En fin, Dios quiera que a pesar las contrariedades del momento que vivimos, no nos privemos de la apetura a lo sacro y a la sabiduría por medio de la oración y la lectura.

Cada uno según sea el lugar en el que Dios lo puso en este momento, sabrá encontrar -sirviéndose de estos medios que dijimos- la manera de “ir hasta el fin del mundo sin salir de una habitación”.


Que la Virgen Santísima, refugio de los pecadores, nos asista y proteja no sólo de ese nuevo “enemigo invisible” del Coronavirus, sino sobre todo del aquel antiguo enemigo, invisible también, y así podamos llegar a vivir una Semana Santa con vivos actos de fe, esperanza y caridad.


Y como de vida monástica comenzamos hablando, con el profundo saludo monástico nos despedimos:

¡Memento mori!

(“Recuerda que [un día] morirás”)


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