Imagina por un momento estar sentado dentro de una antigua iglesia, rodeado de paredes y columnas de piedra, y de vitrales coloridos que retratan santos de nuestra historia. Luego, imagina el altar y al sacerdote con los monaguillos celebrando Misa. De repente, ves surgir desde allí unas líneas de incienso transparente que relucen con la luz que entra por los ventanales, creando un ambiente sobrenatural. Y a continuación escuchas voces a capella que cantan, en latín, melodías que han resonado a lo largo de siglos...
Si te preguntara cuál es tu canción favorita, ¿tendrías una respuesta rápida en mente? Porque te aseguro que yo no, y eso que me encanta la música, escucho de todo y disfruto con casi todos los géneros.
Pero si tienes una respuesta, seguro es porque esa canción toca lo más profundo de tus sentimientos, ¿o me equivoco?
En cualquier caso, aquí es donde quisiera hacer hincapié, en la belleza de la música y su capacidad para tocar nuestros corazones, ya sea porque nos alegra, o porque nos vuelve nostálgicos, llevándonos a tiempos pasados. O en algunos casos porque nos inspira a imaginar posibles futuros o nos traslada a mundos imaginarios.
Pero de entre todas esas posibilidades, creo que aquellas composiciones musicales que tocan más profundamente nuestra alma, son las de la música religiosa. Y esto se debe a algo especial, que la distingue de los demás géneros, y es que fue pensada para ayudar a los hombres a llegar a Dios.
Todos los géneros de música que existen, responden a la diversidad de sus creadores, y por eso cada uno ha sido pensado y trabajado con diferentes propósitos. Es poco probable, aunque no imposible, que escuchemos Tango para leer un buen libro, o que, para dormir a un bebé, le cantemos música Pop... Y es que la finalidad de cada género suele venir definida por sus mismos ritmos y letras. Y al decir esto no estoy desacreditando a los que dicen que la única finalidad de la música es disfrutarla. Creo que ambas ideas son perfectamente compatibles.
Sin embargo, últimamente, digamos los últimos 20 años, la música en general, como expresión artística, ha decaído. Y realmente me da pena, pero siento que la estética musical ha sido rebajada, las letras son decadentes y monotemáticas, los ritmos artificiales y tuneados, los beats medidos y forzados para ser más adictivos. Y por desgracia, este fenómeno no está aislado, todo el arte alrededor del mundo, hablando en general, está en decadencia.
¿Has visto alguna vez la imagen de La Piedad, de Miguel Ángel? Y si es así, te pido que la compares con cualquier exposición de “arte” moderno de algún museo importante que conozcas. Personalmente me da la impresión de estar intentando entender dibujos grabados sobre piedra, realizados por hombres de las cavernas. ¿Es posible compararlos, más allá de que sabemos que ambas obras han sido realizadas por hombres?
¿Qué ha pasado con el hombre? ¿Por qué fue capaz de producir La Pietá en 1499, y hoy la exposición de un rejunte desordenado de cosas es considerado arte? ¿Será que el arte debe poder evocar cosas abstractas, superiores y hoy las cosas que consideramos elevadas y abstractas son en realidad muy chatas y vanas?
En el ámbito religioso al menos, todo parece apuntar a que, al sacar a Dios como nuestra mayor aspiración y reemplazarlo con espejitos de colores, nuestra evocación de la belleza por medio del arte no puede más que decaer. Y esto es, porque el fin último del hombre es dar gloria a Dios, para eso fuimos creados, y en la medida que quitamos a Dios de nuestro campo de visión, como una flecha sin blanco al cual dirigirse, todo lo que hagamos caerá al vacío del sinsentido...
En medio de esta debacle artística que viene sufriendo la humanidad (sabiendo que la palabra “debacle’’ a lo mejor evoca una visión medio derrotista, pero esto es porque a veces así me siento), hay algunas excepciones honrosas que consuelan nuestros deseos de belleza y siguen cumpliendo el objetivo que vengo remarcando. Entre ellas, la más elevada es, a mi parecer, el Canto Gregoriano, ese que estaría resonando en la iglesia que imaginamos al principio.
Para los lectores que desconozcan de qué les estoy hablando: el gregoriano es la música sacra que desarrolló la Iglesia Católica durante la Edad Media, y su nombre surge del Papa Gregorio I, a quien tradicionalmente se le atribuye haber organizado y sistematizado el repertorio litúrgico de la iglesia en esa época.
Y antes de seguir, quisiera contarles un poco como llegué yo a los cantos gregorianos. Últimamente (esto es, para mi, toda mi vida consciente jaja) los cantos que se escuchan dentro de las iglesias durante la Misa, perturban nuestra capacidad de oración silente frente al Señor.
¿Alguno de ustedes comparte esta percepción?
A veces es la guitarra que se rasga demasiado fuerte, o algunas letras que tienen poco que ver con Dios porque en realidad fueron redactadas por algún cristiano romántico que quería tocar algo en un fogón. O a veces, simplemente alguien se creyó “creativo” por sumar una batería a los cantos dedicados a Dios durante la Misa…
Todo esto, la gran mayoría de las veces, aleja al fiel de su diálogo con Dios y su adoración, puesto que el ruido, (lo siento pero creo que es la única palabra acertada para la cacofonía de sonidos que se reproducen durante la liturgia actual), es enemigo del silencio, que es la llave de la vida interior como enseña Santa Teresa de Ávila. O por lo menos así percibía ella, y percibo también yo, todas estas cosas, por lo que hace unos años decidimos con mi familia, empezar a asistir a misas tridentinas, donde por primera vez conocí la Misa en latín con sus respectivos cantos en esa misma lengua.
Si partimos de la base de que la Misa consiste en el santo sacrificio del altar (1330 del Catecismo de la Iglesia) donde Nuestro Señor Jesucristo se entrega por la humanidad entera, para salvarnos de la condenación eterna, toda la liturgia debe, consecuentemente, ordenarse hacia Dios y para Él, y esto incluye a los cantos.
Es por eso que no corresponde que en los cantos de Misa, el hombre, con sus sentimientos y “problemas existenciales”, sea el centro de las letras. Tampoco corresponde utilizar melodías de canciones profanas, o sea, esas canciones compuestas para el ámbito mundano, porque la música religiosa nada tiene que ver con ellas.
¿Y porque insisto con esta idea, te preguntaras? Porque estoy convencida que tenemos que preservar el sentido de lo sacro, sabiendo que lo que es para Dios, está como apartado del resto de las cuestiones mundanas.
Y una forma de “separar los tantos” es recurrir al canto gregoriano, porque entre otras cualidades, el gregoriano se canta en una lengua muerta, y por lo tanto inmutable, cual es el latín. Aunque quizás te suene extraño, esto no sólo no impide sino que incluso fomenta la unidad de la Iglesia, resaltando su aspecto católico, es decir, universal: nos unimos en una misma lengua. Al mismo tiempo, la melodía del gregoriano no posee ritmo, otra cosa en la que se diferencia de las canciones profanas. Y esto ayuda a los que escuchan, a recogerse más y concentrarse mejor en el contenido de la letra que habitualmente acompañan la liturgia del día.
En fin, podría contarte de esta y docenas de otras bondades, pero creo que en este caso, la vivencia suple cualquier explicación, y por eso, te dejo un este link que te llevará a la página web de un generoso cantor que sube las letras, los tetragramas y la traducción de estos hermosos cantos hecho por los hombres, para Dios. Y si fuera posible allá donde vives, encontrar una Misa en latín o al menos con cantos gregorianos, te animo a que participes de esa Misa y me comentes todo lo que quieras.
Gracias por leer a la nueva, queridos amigos de CAT.
Nos leemos!